"Ensayos sobre Valera" de Manuel Azaña

"Ensayos sobre Valera" de Manuel Azaña
"Ensayos sobre Valera" de Manuel Azaña
“Ensayos sobre Valera”, Manuel Azaña, Ed. Alianza, 1971

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CONCLUSIÓN


El compromiso político de Manuel Azaña (1880-1940) – jefe de Gobierno durante el primer bienio, presidente de la República en 1936 – y las actitudes apasionadamente polémicas en torno a su figuran han dejado en la semipenumbra su importante obra narrativa y ensayística; sin embargo, la calidad de su prosa y la agudeza de sus juicios en tanto que biógrafo, historiador y crítico literario le reservan un lugar de honor ben las letras hispánicas de la primera mitad del siglo XX. Los cuatro ENSAYOS SOBRE VALERA que componen el presente volumen proceden de la “Vida de Don Juan Valera”, concluida en 1926 y extraviada o perdida tras la Guerra Civil.

“Por su decidida voluntad de no imponer a su materia ninguna norma – señala Juan Marichal en el prólogo que abre esta edición, y por su aguda sensibilidad para percibir los matices de cada fase biográfica, puede decirse sin abitrariedad alguna que los estudios valerianos de Manuel Azaña descuellan en su género en lengua castellana”.

La figura de Valera, fiel espejo de la España post-romántica que aspiraba a ser plenamente europea sin dejar de ser castiza, permite además a su biógrafo ahondar en el tema que constituyó el centro de interés de todas sus reflexiones: el legado histórico del liberalismo doceañista y sus posibilidades de materialización en la España contemporánea.

A muchos lectores sorprenderá, sin duda, el ver en una misma portada al autor de este libro y a su biografiado. Porque si bien Manuel Azaña sigue siendo en la actualidad un escritor casi totalmente desconocido pues la generalidad de los españoles jóvenes tienen de su personalidad política una imagen impuesta por las reiteraciones de la propaganda adversa que se cifra en frases truculentas o en tajantes intransigencias. Del autor de “Pepita Jimenez” no puede decirse, en cambio, que sea actualmente un desconocido por los lectores españoles y la América de lengua castellana puesto que sus páginas figuran en las antologías literarias escolares. Más la imagen que de éstas suelen prender sus comentarios docentes y transmitir a sus alumnos se reduce también a su simpleza pedagógica: la del prosista que aspira a seguir exclusivamente las normas estéticas del “arte por el arte”.

Se explica así que en la imaginería escolar de la España contemporánea Azaña y Valera sean figuras antitéticas. Contraposición, por otra parte, que el mismo Azaña en 1923 – tres años antes de publicar su primer estudio valeriano – se adelantó a confirmar casi agresivamente: “Valera no es mi tipo ni en lo moral ni en lo literario” (Obras completas, I, p. 567). Mas sin negar la validez de este cotejo autodefensivo no puede soslayarse la significación histórica de la atención prestada a Valera por una figura tan central en la España del sigo XX como la de don ManuelAzaña.

Acertaba así un historiador como Antonio Ramos-Oliveira al dar la importancia biográfica a la dedicación valeriana de Azaña (Historia de España, México, vol. III, “Valera y Azaña”, págs. 56-61). Para Ramos-Oliveira en esa atención estudiosa de Azaña se manifiesta una patente afinidad con el autor de “Pepita Jimenez”: “Como Valera, Azaña era un alma clásica afrentada por el desorden estético de la sociedad española” (ibid. p. 58). Y añadía Ramos-Oliveira: “cuanto da a España un aspecto de desorden, de abandono, de desequilibrio es lo que Valera hubiera tratado de remediar y es lo que principalmente enardecía el patriotismo de Azaña” (p. 60). En suma, el socialista Ramos-Oliveira quiere mostrar, como evidente propósito inculpatorio, que en Azañapredominaban los móviles estéticos sobre las exigencias de la acción política. Sin entrar ahora en una compleja cuestión de historia política contemporánea – remito al lector interesado a la edición de las “Obras Completas de Manuel Azaña”, vol. I, págs. CI-II o al libro “La Vocación de Manual Azaña”, Edicusa, pp. 149-152, ambos del autor Juan Marichal, baste apuntar que la interpretación dada por Ramos-Oliveira al valerismo de Azaña olvida una muy visible orientación intelectual suya: para Manuel Azaña el XIX era el siglo español diríase que por autonomasia. Y Don Juan Valera era un fiel espejo, en su dual acepción de reflejo y paradigma, de la España post-romántica que aspiraba a ser plenamente europea sin dejar de ser castiza. También veía Azaña en Valera el drama de los liberales del tardío ochocientos español que sin rechazar el legado de los doceañistas practicaban las ambiguas transacciones canovistas: estudiar a Valera era, por lo tanto, para Azaña permanecer dentro del ámbito habitual de sus meditaciones e investigaciones históricas españolas. Es verosímil sospechar, sin embargo, que la iniciación de los estudios valerianos de Azaña se debió sobre todo a la coincidencia en el otoño de 1924 de un centenario, una amistad, y un paréntesis político.

El centenario fue el de Valera que había nacido en Cabra el 18 de octubre de 1824. Tanto los actos de homenaje como los artículos periodísticos reflejaron la amplitud de su simpatía y la diversidad de sus admiradores: desde la novel Revista de Occidente con un ensayo del joven Ernesto Giménez Caballero (“Conmemoriación de don Juan Valera” n.º XVI, octubre 1924) a la Real Academia Española con su velada y conferencia del antiguo amigo de Valera, Don Francisco Rodriguez Marín, (Don Juan Valera, espistólografo). Por supuesto, en este como en otros centenarios el incremento en el repertorio bibliográfico del autor no alteró substancialmente la imagen convencional de don Juan Valera: como en el caso de tantas figuras españolas el autor de “Pepita Jimenez” iba a rebasar su primer centenario sin obtener la atención de un buen biográfico. Pero una amistad, la de Cipriano Rivas Cherif con la hija de don Juan, Carmen Valera de Serrat, y el paréntesis abierto en la actividad política de Manuel Azaña desde la primavera de 1924 por el cierre definitivo de la revista España (que él regentaba desde hacía un año), fueron factores confluentes en su preparación de una biografía de Valera. El amigo fraterno de Azaña, Cipriano Rivas Cherif 8con cuya hermana menor Dolores contraería Azaña matrimonio en 1929) había realizado una adaptación teatral de “Pepita Jimenez” - quizás para ser estrenada el año del centenario pero que no fue representada en Madrid hasta enero de 1929 – y animó a Manuel Azaña a utilizar sus ocios políticos para escribir una biografía de Valera.

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